Un millonario de 23 años se sentía vacío y sin propósito en la vida. Lo encontró creando una empresa valorada en varios miles de millones.
Daniel Ek recibió dos regalos con muy pocos meses de diferencia
cuando tenía cinco añicos: una guitarra y un Commodore. Pocos años después ya
programaba con la MTV de fondo, la misma MTV donde aprendería su inglés con
extraño acento entre sueco y americano. A los catorce montó un negocio de
creación y diseño de páginas web en plena era de la burbuja tirando los precios
y contratando a sus compañeros de instituto para ayudarle. Más tarde compró
ordenadores y empezó a ofrecer servicios de alojamiento web. Empezó pronto el
muchacho.
Aunque ya ganaba una pasta gansa con sus negocios a los dieciséis
años, en cuanto encontró Google quiso trabajar para ellos. Le rechazaron porque
no tenía un título y él se empeñó en crear un buscador que le hiciera la
competencia. No lo consiguió, pero la tecnología que creó le permitió ganar
suficiente dinero como para financiar su siguiente locura: guardar en sus
servidores la programación de todas las televisiones del mundo. Eran tantos que
cuando entraba en la habitación donde los guardaba tenía que hacerlo en
calzoncillos por el calor que generaban. Y estamos hablando de Suecia.
Entre los diversos proyectos que emprendió finalmente tocó la
tecla con la empresa de publicidad en internet Advertigo. La vendió a
Tradedoubler en 2006 y se convirtió en millonario. Tenía 23 años e hizo todo lo
que se espera de un millonario a esa edad: comprarse un Ferrari y un
apartamento de lujo en el centro, ir a las discotecas más exclusivas... pero
aquello no le convencía, de modo que acabó deprimido y recluido en una cabaña
que tenían sus padres en las afueras de Estocolmo, donde empezó a pensar en
dedicarse profesionalmente a la música.
Cuando salió de la depresión, y de la cabaña, tenía decidido
emprender un nuevo proyecto en el que unir sus dos pasiones, la informática y
la música. Quería hacer un Napster, pero legal. Vendió su Ferrari y convenció
al cofundador de Tradedoubler, Martin Lorentzon, de que invirtiera en la
empresa; a ambos les unía una amistad cimentada en disfrutar juntos de maratones
de pelis de gángsters. Lorentzon se había embolsado unos 70 millones con la
salida a bolsa de la empresa y ya no estaba involucrado en el día a día, de
modo que estaba también aburrido y sin saber qué hacer con su vida. Así que se
dejó convencer.
Fundaron la empresa en 2006. Que se llame como se llama surgió de
casualidad: cuando estaban pensando nombres Lorentzon dijo uno que Ek no
escuchó bien y entendió como Spotify. Buscando en internet vio que no estaba
cogido y compró el dominio inmediatamente. Pusieron los dos varios millones y
contrataron ingenieros para programar la aplicación; entre ellos estaba, por
ejemplo, el creador de µTorrent, porque querían ahorrar costes y mejorar la
velocidad forzando que los usuarios también se enviaran canciones entre sí.
El problema fueron las licencias. Las discográficas no creían en
un modelo que se basaba en la publicidad y la suscripción a una tarifa plana.
En aquel momento iTunes triunfaba y creían que con las descargas de pago
podrían sobrevivir al embate de la piratería. En Spotify les intentaron
convencer de que con su modelo ganarían dinero de usuarios que de otra forma
seguirían descargando su música gratis de la red. Renunciaron a conseguir
licencias mundiales y fueron a por las europeas. Les llevó dos años, en los que
tuvieron que seguir invirtiendo millones para mantener la empresa a flote sin
ingresos. Y, por una vez, fuimos lo primeros. Spotify nació en octubre de 2008
en Escandinavia, Reino Unido y España. Tardaría tres años más en llegar a
Estados Unidos. Las discográficas seguían sin estar muy convencidas.
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